Miguel Lunar, de Río Caribe directo a la conquista de los tabloncillos
En muchas ocasiones, el público que ocupa cada puesto de las gradas desconoce cuáles son las historias y las vivencias que se esconden detrás de cada jugador, independientemente de la disciplina, tal y como sucede con Miguel Lunar.
Las adversidades que tuvieron que enfrentar y los obstáculos que les tocó vencer para alcanzar un estado absoluto de tranquilidad y experimentar lo que es la gloria por la que habían estado luchado y que habían estado soñando, no están a simple vista en el tabloncillo, ni en los campos de fútbol o de béisbol.
En particular, la historia de Miguel Lunar es de esas que llenan el alma y que dejan más que claro que, aunque suene trillado, los sueños se hacen realidad y que, a través del esfuerzo, los sacrificios y la disciplina, se puede llegar a conquistar el mundo entero.
Nació en Río Caribe, un pequeño, pero muy conocido pueblo ubicado en el estado Sucre. Y cuenta que, gran parte de su familia, siempre se dedicó a practicar deportes, específicamente, fútbol. De hecho, admite que, desde muy pequeño, fue esa la disciplina por la que siempre sintió cierta inclinación y gusto.
Palabras de Lunar
“Comencé viendo jugar (fútbol) a mi padre y a mi hermano, luego me animé a practicarlo yo como hasta los 15 años. Después de eso, fue cuando me adentré al mundo del baloncesto”, recordó Miguel. al departamento de prensa de Gladiadores de Anzoátegui, ganador de los dos últimos torneos de la Superliga Profesional de Baloncesto (SPB).
Y es que todo comenzó gracias a unos juegos escolares de fútbol, ya que, debido a su altura como factor principal, Miguel fue tomado en cuenta por el profesor de Educación Física para que formara parte del equipo de baloncesto y demostrara su talento.
“El profesor conversó conmigo y me hizo la propuesta. Pero también me dijo que el hecho de estar dentro del equipo, influiría de forma positiva en mis notas. Y acepté”, dijo. No obstante, aclaró que, para ese entonces, todavía seguía sintiéndose más atraído por el fútbol.
“Yo asistí a un encuentro con el Liceo Carlos Francisco Grisanti, estuve jugando y, de repente, me vio el entrenador que estaba a cargo de la selección de Arismendi. Se llama Giovanni Di Bella, una persona muy importante y respetada dentro del deporte en Río Caribe”, relató.
El señor Giovanni, según contó Miguel, se mantuvo buscándolo durante varios días gracias al interés que había despertado en él tras verlo jugar. Y, como se mencionó anteriormente, Miguel no estaba precisamente interesado en jugar baloncesto, por tal motivo, el señor Giovanni no daba con su paradero.
Pero un buen día, por fin dio con la dirección de su casa y lo encontró.
“Al principio, no sentía ningún amor por el baloncesto. Para mí solamente era como una distracción o un pasatiempo. Iba a entrenar, me fastidiaba, luego no iba más, porque mi mente estaba más enfocada en el fútbol”, admitió.
Sin embargo, aún cuando Miguel se mostraba un poco apático, por decirlo de alguna manera, sin darse cuenta estaba comenzando a labrar su destino…
“Fue así como el señor Giovanni comenzó a entrenarme, a enseñarme las cosas más básicas y a corregirme poco a poco”, agregó.
El siguiente paso
Posteriormente, teniendo aproximadamente cuatro meses entrenando, fue llamado para que formara parte de la selección del estado Sucre.
“Me llamaron para hacerme las pruebas (estando en la categoría U-15) y quedé en una categoría mayor (U-16 / Cadete). Pero no jugué. Realmente estaba ahí representando el puesto N° 13”, explicó.
No obstante, cuando retornó a su categoría de origen (U-15), destacó un poco más y comenzó a sentir esa motivación que antes no sentía por el deporte.
Los nacionales y la lesión
“Durante mi primer año de nacionales, viajé a Margarita, a Maracaibo, y luego retorné a Sucre. Pero tuve que irme a casa porque me lesioné. Era mi primera vez jugando y resultó que me doblé un tobillo y no jugué más. Incluso, después de un mes de recuperación, tenía miedo de jugar otra vez por miedo a lesionarme de nuevo”, manifestó.
A raíz de eso, volvió a entrar en escena el señor Giovanni Di Bella…
“El señor Giovanni fue quien me volvió a buscar y me dijo:
—Hijo, ¡vamos! Que te voy a poner a entrenar de nuevo.
Y me llevaba para la playa para que corriera y nadara, para “La Ermita” (Del Carmen) para que subiera las escaleras y para el “Monumento Cristo Rey”, un sitio con una subida parecida a la del cerro “El Morro”. También me ayudaba en el gimnasio, porque su objetivo era motivarme”, recuerda Miguel.
Los primeros zapatos
Asimismo, fue Di Bella la persona que le regaló sus primeros zapatitos de baloncesto. Además de otro par que, a través de esfuerzos y sacrificios, le había regalado su padre.
“No tenía zapatos para jugar baloncesto. Y luego llegué a tener dos pares al mismo tiempo gracias a ellos. Aparte, aún teniendo esos dos, él (Giovanni) me quería regalar otros más”, expresó Miguel con cierta alegría.
Y por esa y por múltiples razones, asegura que lo considera “un segundo padre”.
“Desde que lo conocí, me ha ayudado, me ha enseñado las cosas buenas y malas, me ha aconsejado y ha estado ahí para mí”, afirma.
Después de su recuperación física y de haber dejado a un lado el miedo para jugar, además de haber cumplido los 17 años, volvieron a llamarlo de la selección.
Jugó invitacionales y diferentes tipos de torneos en diversos lugares del estado (como Carúpano, Yaguaraparo, etc.), lo que le permitió foguearse mucho más con el deporte del tabloncillo a manera de práctica. Y siempre logró destacar dentro de las categorías en las que jugaba yendo de intermedio a más.
“Fui a un nacional en Caracas y, de hecho, ese fue el último que tuve. Logré destacar bastante allí también y fue cuando conocí a Carlos Fulda y a Rubén González, y me la pasaba con ellos”, contó.
De igual forma, agregó que “cuando me llamaron, que fue de repente, sentí una emoción muy grande porque eso significaba que iba a dar mis primeros pasos en una cancha profesional. En este caso, en el Naciones Unidas; una cancha que jamás creí que iba a conocer porque toda mi vida la había visto sólo en televisión”.
Escrito por: Valentina Rausseo Rojas | Prensa Gladiadores de Anzoátegui
Foto: Prensa Gladiadores de Anzoátegui